viernes, 18 de enero de 2008

I: Desembarco a tierra

Marzo, 1850

Preparo mis cosas y me alisto para desembarcar. Veinticuatro meses en altamar, dos años ya que no piso tierra. Estuve cazando tritones a través del océano Ártico a bordo del Arkgedon. La caza estaba hecha, y mi contrato vencido. Mañana atracaremos en el puerto de San Juan (St. John's), isla de Terranova. El clima es helado, pero se puede aguantar. Por hoy, el clima es benigno: el viento sopla suave, de manera que refresca el rostro. Son los vientos del este, los que soplan de improviso rompiendo la monotonía nívea del paisaje y mantienen a uno despierto (por el contrario, es el Euro, que sopla desde el norte y llega en forma de feroces oleadas polares, el que se encarga de romper mástiles y causar naufragios). Su silbido trae ecos, voces que migran desde lejos y vienen a conversar con uno, hablan al oído, susurran, cuentan hechos e historias sucedidas en otras latitudes, a veces en otro tiempo. A veces es mujer, otras es hombre. Los tonos de la voz son siempre diferentes, muy individuales; sus mensajes también lo son, cada uno tiene anécdotas propias que contar, cada una de diversa índole. Pero en fin, quizá hable de esto en otra oportunidad.

La pesca de tritones es muy imprevisible. La naturaleza del animal la es. El problema es que nunca se sabe cuando aparecerán. A veces encontramos grupos, cardúmenes de ellos. En otras ocasiones, son incontables los horizontes que tenemos que alcanzar para visualizar uno siquiera. No importa el momento, puede ser cuando sea, cuando el gaviero toque la campana. Para algunos de los marineros, esto resulta muchas veces insoportable. Además, la constancia del capitán es inagotable. A pesar de su edad, Leblank se mantiene implacable ante cualquier situación. Siempre al lado del timonel, siempre mirando el horizonte. Recuerdo la vez en la que por un infausto error del cartógrafo equivocamos de dirección. Dirigimos hacia el norte en mala temporada, directamente al ojo del huracán. Perdimos la verga y el palo principal, y si no fuera por la directiva de Leblank, este diario no estaría siendo leído. Lo más sorprendente y curioso es que el error de Putnam, lejos de encolerizarlo, lo animó. Su inmutable apacibilidad y rostro serio se habían esfumado. Leblank estaba poseído. Salió de su acostumbrado lugar junto al timonel, y desde la proa, agarrado del barandal, gritaba órdenes al timonel y a todo el mundo. Estaba eufórico, endiablado. Su rostro era una mezcla de ira con alegría. Recuerdo sólo dos veces que lo vi así: ésta, y la vez que encontramos al calamar (ambas narraciones se encuentran en páginas anteriores de este diario).

Lo primero que haré al llegar al puerto es buscar un buen lugar, buena comida, buena cama, y por supuesto, y no menos urgente, buena compañía. Por favor, que no se malentiendan mis palabras, dos años a bordo no es nada. Además no soy el único. Tanto tiempo abordo, puede llegar a alterar los estados psíquicos.

Al igual que el resto de argonautas, me encuentro ansioso por pisar tierra.